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  • Natalia Agraso Fábregas

Emilia Pardo Bazán


Bajo el nombre de Emilia (1851-1921), acompañado de un sinfín de apellidos (Emilia Antonia Socorro Josefa Amalia Vicenta Eufemia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa), se encontraba una mujer de alto estatus nacida en A Coruña a finales del siglo XIX.


Gracias a la posición social de sus padres, ambos condes, fue educada con los mejores profesores. Mostraba entusiasmo desde pequeña por la literatura y la escritura, comenzando en esta labor con tan solo 10 años.

Amalia de la Rúa-Figueroa y Somoza y su hija, Emilia Pardo Bazán

Se vislumbraba el fuerte y decidido carácter de Emilia cuando, con pocos años de edad, se negó a estudiar “lo que debía su género”, véase economía doméstica o música. Consiguió formarse en idiomas, literatura, historia o filosofía; sin embargo, no se le permitió que accediese a los estudios universitarios. Se hizo con una gran biblioteca de clásicos y se encargó de su propia educación.


Apenas pueden los hombres formarse idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidáctica y llenar los claros de su educación. Los varones, desde que pueden andar y hablar, concurren a las escuelas de instrucción primaria; luego al Instituto, a la Academia, a la Universidad, sin darse punto de reposo, engrana los estudios (...). Todo ventajas, y para la mujer, obstáculos todos — Emilia Pardo Bazán.

Con 13 escribió Aficiones peligrosas, publicada en España en 2012. Emilia reivindicaba la educación a través de la literatura, de la “buena literatura”, no de esa que “llenaban de pajaritos” y solo tenían el propósito de convertir a las mujeres en “ángeles del hogar”. Clarín despreciaba su obra llamándola “el furor literario-uterino de Doña Emilia”.

Tal vez la causa de esta impopularidad y olvido haya que buscarla en los propios rasgos personales de la autora: mujer obesa, cuellicorta, de aire algo bovino - como recuerda Guillermo de Torre - miope, condesa, famosa, culta, independiente, y además buena escritora, y que se atrevió a meterse en terrenos tradicional y excluyentemente masculinos — Juan Paredes Núñez.

Manuscrito de Emilia Pardo Bazán


Con 16 años contrajo matrimonio, posteriormente se mudó a Madrid y luego emigró a Francia con su familia. De sus viajes nació Por la Europa católica, una crónica que abogaba por la europeización de España.


Comenzó a publicar novelas en 1879, al mismo tiempo que escribía artículos para revistas. Tras la publicación de La cuestión palpitante y el revuelo causado, su marido le pidió que dejara de escribir pero ella, lejos de apartarse de los libros, se separó de su marido.


Su estancia en Francia impregnó gran parte de sus ensayos, estudió con ímpetu esta vertiente, sin dejar de lado el método naturalista. De esta combinación, nacía Los pazos de Ulloa (1886) donde expuso la decadencia del rural gallego y de la aristocracia. Un año después publicaba La madre naturaleza (1887), dando continuidad a la historia.



A partir de 1890 comienza a explorar el idealismo y el simbolismo y sus obras empiezan a denotar cierto carácter feminista.


Si en mi tarjeta pusiera Emilio en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida.

Luchaba porque su voz y sus palabras fuesen igual de válidas que la de los hombres que escribían en su misma época. Combatía la desigualdad de género y reclamaba igualdad de derechos y oportunidades. Aunque sus propuestas fueron rechazadas, propuso a Concepción Arenal y Gertrudis Gómez Avellaneda para formar parte de la Academia Real de la Lengua.



En 1901 fue la primera mujer en presidir la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, además de la primera en ocupar una cátedra de literatura en la Universidad Central de Madrid, aunque estuviese prohibida la educación universitaria para las mujeres. Cuando fue nombrada Consejera de la Instrucción Pública, promulgó una orden que igualaba los derechos de acceso de hombres y mujeres a la Universidad.


Estaba proponiendo la igualdad plena desde y para un entorno político tipificado como conservador (…). Igualdad de derechos civiles, políticos, acceso a todas las profesiones e igualdad en la responsabilidad moral de los propios actos. No cree, por ejemplo, que las mujeres sean superiores moralmente a los hombres y que la maternidad sea su destino fundamental ni las haga especialmente sensibles y capaces para la acción social (como por ejemplo sí defendieron mujeres feministas tan dispares como Concepción Arenal, Rosario de Acuña o Concepción Gimeno de Flaquer). Esto la hacía parecer ‘hombruna’ —o demasiado ‘viril’ en negativo o incluso en positivo— para muchos de sus contemporáneos o contemporáneas —Isabel Burdiel Bueno.


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